Investigación

Migrar y parir: dar a luz lejos de casa

Dar a luz en Venezuela no es la mejor opción. Sin embargo, en Colombia el panorama tampoco es el ideal. Las mujeres migrantes se enfrentan a un trato deshumanizador, xenofobia y violencia. Esta es la historia de cinco mujeres que relatan el dolor durante la atención en el embarazo, parto y posparto. Un reportaje desde Cúcuta.

“No me importa si usted se muere, así como tampoco me importan sus problemas mentales. Yo solo estoy aquí para curarle las heridas”. Esa fue una de las frases que escuchó Migdelis Pineda*, de 20 años, por parte de una enfermera, después de la cesárea en la que nació su primera hija en mayo de 2020.  

En ese momento ella estaba muy nerviosa. Recuerda que cuando salió del quirófano tenía muchísimo frío. Un frío que no había sentido antes en Cúcuta, ciudad colombiana a la que llegó en 2019, luego de salir de Barquisimeto, capital del estado de Lara en Venezuela. Sentía que se iba a desmayar. “Nunca en mi vida había estado tan asustada como en ese momento, pero yo no gritaba, yo no decía nada… simplemente se me notaba el nerviosismo”, recuerda.

Migdelis, quien sufre de ansiedad y desde que salió de su país no ha podido continuar con su tratamiento, no olvida que se calmó por un consejo de otra mujer que estaba junto a ella. Su compañera, quien también era venezolana, le dijo que no tenía otra opción, pues si se alteraba no sabía qué más le podían hacer, “al final ella (una de las enfermeras) es la que tiene el poder”, cuenta ella.

“Recuerdo que cuando llegué a mi casa le dije a mi esposo que los tactos vaginales eran lo peor del mundo, que me había sentido violada”

Cuando estuvo más tranquila le llevaron a su hija. La ubicaron en una cuna junto a ella, pero la cama de Migdelis tenía unas rejas alrededor que no la dejaban moverse y por el dolor que tenía luego de la cirugía le costaba levantarse y tomar a su bebé, quien estuvo llorando por más de una hora sin que ninguna enfermera o alguien le ayudara a calmarla.

— Yo no sé por qué esa enfermera la cogió en contra de mi hija —recuerda Migdelis— pero la dejó llorando por mucho tiempo. No hizo nada por ella y era una niña que acababa de nacer. No tuvo compasión y yo no encontraba la manera de consolarla. Me dolía muchísimo el cuerpo y por ser época de pandemia estaba sola.

La violencia que sufrió Migdelis no fue únicamente en el momento posterior a la cesárea. 

Una de las primeras veces que fue al Hospital Universitario Erasmo Meoz para un control antes de la cesárea, le hicieron un tacto vaginal en el que se sintió violada, como ella misma lo explica. El médico fue brusco y le hizo este procedimiento de forma muy rápida y sin ninguna explicación previa. “Recuerdo que cuando llegué a mi casa le dije a mi esposo que eso era lo peor del mundo, que me había sentido violada”, afirma.

“Porque parir en mi país no es una opción”

Desesperanza, miedo, abandono son algunos de los sentimientos que comparten las mujeres venezolanas gestantes en Colombia. Para la mayoría de ellas parir en su país no es una opción, como tampoco lo es, en muchos casos, quedar en embarazo. Pero en Venezuela acceder a planificación familiar es casi imposible. Según el informe  Mujeres al Límite —publicado en 2019 y producido por organizaciones civiles de Venezuela— el índice de escasez de métodos anticonceptivos en farmacias osciló entre 83,3 por ciento y 91,7 por ciento como valores mínimos y máximos en ciudades como Caracas, Barquisimeto, Mérida, Maracaibo y Porlamar. El mismo documento afirma que, ante las necesidades de salud sexual y reproductiva, la única opción para muchas de ellas ha sido cruzar la frontera hacia Colombia o hacia Brasil. 

Esta situación ha motivado al sistema de salud colombiano a asegurar una atención básica para la población migrante y refugiada. Sin embargo, en la práctica todavía existen muchas dificultades, algunas de ellas relacionadas con el complejo funcionamiento del sistema de salud, los altos flujos migratorios que afectan áreas geográficas con una mayor cantidad de necesidades insatisfechas y la exclusión social, como lo menciona el informe Desigualdades en salud de la población migrante y refugiada, realizado entre Profamilia y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID por sus siglas en inglés). 

A diferencia de Migdelis, Raulimar Ortega, venezolana de 24 años, tuvo una complicación durante su embarazo que la obligó a retornar a su país durante un tiempo. Todo empezó cuando ella tenía dos meses de embarazo y asistió al Comité Internacional de Rescate en Cúcuta porque tenía síntomas que no sabía a qué se debía: vómitos, mareos, dolor en el vientre y la orina con un color raro, como si tuviera gotas de leche. Allí le ordenaron algunos exámenes. En ese momento Raulimar no sospechaba que estaba en embarazo. 

Cuando salieron los resultados la noticia de su embarazo no fue la única. En el examen de orina salía que tenía bacterias y que incluso tenía moco, pero la doctora que la atendió en el Comité le manifestó que eso era normal. 

— Yo le dije que no estaba bien porque me ardía la vagina, la orina me olía mal, era turbia, tenía un color lechoso —cuenta Raulimar—, ella insistía en que eso era común en el embarazo. Me mandó a casa sin medicamentos, sin ningún control. A los quince días me empecé a sentir muy mal y presenté fiebre por encima de los 39 grados. 

Preocupada por su estado de salud, Raulimar decidió ir al Erasmo Meoz. En esa primera consulta le mandaron medicamentos y estuvo en casa durante quince días. Pero el tratamiento no le funcionó. Volvió al hospital y allí le dijeron que tenía que ir al lugar en el que inicialmente la estaban atendiendo, el lugar en el que únicamente atienden población venezolana. En el Comité de Rescate ella presentó los exámenes que le habían hecho en el Erasmo, pero la ginecóloga que la atendió insistía en que eso era normal. Incluso, cuando ella le presentaba esos documentos los rayaba y le decía que todo estaba bien, que se dejara “de automedicar e inventar enfermedades que no existían”. 

Recuerda que en las consultas que tuvo con esta especialista la rutina siempre fue la misma: toma de datos, nombre, peso, escucha de los latidos de su bebé con el doppler, una fórmula médica con Calcio, Hierro y Ácido Fólico. Todo esto mientras hablaba con una amiga por celular sobre su vida sentimental. Sí, con la llamada en altavoz. Allí nunca le trataron la infección. La regañaba por ser tan insistente con ese tema y por eso Raulimar tomó la decisión de no volver, pues además le quedaba lejos de su casa y las filas para ser atendida eran larguísimas: podía pasar más de mediodía esperando su turno. 

“Mamá, yo creo que me voy a morir, yo siento que me voy a morir y si es así, yo quiero irme para Venezuela”

Su situación no mejoró. Por eso optó por volver de urgencias al hospital Erasmo Meoz y en ese momento empezó una serie de hospitalizaciones. Duraba quince días hospitalizada y siete días en casa, quince días hospitalizada y siete en casa… Así fue hasta que cumplió cinco meses de embarazo. Ya la infección estaba avanzada y Raulimar tenía las uñas y la boca moradas. Tuvo convulsiones porque la fiebre le llegó a 41, 5. 

— En ese momento vino mi mamá a buscarme. Yo le dije “mamá, yo creo que me voy a morir, yo siento que me voy a morir y si es así, yo quiero irme para Venezuela”. —recuerda nostálgica— Yo sentía que pasaban las semanas y el panorama no era el mejor. Yo ya tenía sonda y cada día era peor. 

Y fue entonces cuando Raulimar regresó a San Joaquín, uno de los municipios del estado de Carabobo, en Venezuela, a que le trataran la infección. Durante dos meses la estuvo viendo la médica de su familia y fue quien le ayudó a superar esa enfermedad. “Ella me curó con los mismos medicamentos que me daban en Colombia, pero agregó otros un poco más fuertes. Si no hubiera regresado a mi país, no sé qué hubiera pasado conmigo”, afirma. 

A pesar de que en Venezuela fue en donde se logró recuperar totalmente, en febrero de 2020 Raulimar regresó a Colombia porque el papá de su hija se encontraba en Cúcuta y no querían estar separados. A los dos meses, en abril, tuvo su parto en el Erasmo Meoz, no tuvo ninguna complicación y el antecedente de infección no afectó en nada a la recién nacida. 

«El hospital Erasmo Meoz recibe al año 4.500 niños de mujeres venezolanas, que representa el 80 % de los partos de este centro hospitalario»

Mario Díaz, coordinador del servicio de ginecología del Hospital

Sin embargo, un año después del nacimiento, la hija de Raulimar no ha tenido ningún control de pediatría. Lograr una cita con pediatría es una tarea titánica a pesar de que la niña tiene nacionalidad colombiana. Por la línea telefónica le dicen que debe acercarse a una sede de la EPS y cuando llega al lugar le dicen que debe comunicarse por teléfono. Al llamar a ese número no le habla una persona, solo una máquina que enreda la atención. A esto se suma la dificultad de no contar con suficientes minutos. Por eso, a lo único que ha logrado tener acceso es a las vacunas. Comunicarse con estas líneas le ha sido imposible. 

Violencia obstétrica: una ley que no es suficiente y un país que la normaliza

Justamente Venezuela fue el primer país de la región en abordar específicamente la violencia obstétrica. En la Ley Orgánica sobre el Derecho de las mujeres a una vida libre de Violencia es definida como “la apropiación del cuerpo y procesos reproductivos de las mujeres por personal de salud, que se expresa en un trato deshumanizador, en un abuso de medicalización y patologización de los procesos naturales, trayendo consigo pérdida de autonomía y capacidad de decidir libremente sobre sus cuerpos y sexualidad, impactando negativamente en la calidad de vida de ellas”. 

Sin embargo, la sola incorporación de este tipo de violencia en un instrumento legal no garantiza la protección. Así lo señalan las expertas del Mecanismo de Seguimiento de la Convención de Belém do Pará (MESECVI) en uno de sus informes: “Con respecto a la aplicación de la ley que sanciona la violencia obstétrica, el Comité no recibió ninguna información sobre el número de sentencias judiciales o dictámenes por violencia obstétrica, lo que sugiere que existe una brecha entre las disposiciones normativas y su efectiva aplicación”. 

Ese trato deshumanizador descrito por la Ley venezolana también pasa fronteras. En Colombia, como en otros países de América Latina, la violencia obstétrica se ha normalizado y en este punto no importa la nacionalidad. El país de origen no es un indicador de mayor o menor maltrato. Lo que sucede es que las formas cambian. Por ejemplo, la violencia obstétrica en Colombia hacia las mujeres venezolanas se mezcla con xenofobia, discriminación y hasta racismo. 

Esta cifra constriñe con la del número de nacimientos que entregó el hospital Erasmo Meoz: 4.500 niños y niñas que corresponden al 80 % de los partos.

Rosmary Acacio, de 22 años, se enteró a los tres meses que estaba embarazada. Hasta los siete meses de su embarazo nunca había tenido un control público. Una vecina, que era enfermera, le ayudaba con las autorizaciones para que la atendieran en una clínica privada. En la Clínica San José, en Cúcuta, le hacían ecografías y todos los controles prenatales. Sin embargo, en este lugar no podía tener su parto, este tenía que ser en el Hospital Universitario Erasmo Meoz. 

Cuando se acercó a preguntar sobre el proceso de parto le explicaron que allí no la podían atender porque nunca había tenido un control. Le dieron la solución de ir durante un mes todos los días a que vieran cómo iba evolucionando. Empezó a ir desde agosto de 2019. Cada vez que iba al hospital sentía que la jefe de enfermeras la miraba con asco. Ella sentía que era por su color de piel, pues es una mujer negra. 

— Yo siento que esa mujer era racista. Me miraba muy feo, yo me sentía humillada. Siempre que me veía evitaba atenderme. Si yo llegaba de segundas, me dejaba de últimas —recuerda entre lágrimas— e incluso ni me ponía el brazalete para ingresar. Cuando era el momento del tacto vaginal o de revisarme lo evitaba a toda costa. Siempre buscaba que lo que implicara más contacto conmigo lo hicieran estudiantes. Ella nunca me revisó con tal de no tener que tocarme. 

El día del parto, Rosmary llegó a las cinco de la mañana al hospital. Le hicieron el ingreso. Todo iba normal. Ella estuvo en su camilla por un par de horas mientras el trabajo de parto avanzaba. Cuando empezó a sentir las contracciones más seguidas, llamó al especialista que se encontraba de turno. Él le dijo que su hijo está coronado, momento en que la cabeza del bebé ha pasado a través del canal del parto y la parte superior de la cabeza, o la “corona”, es visible en la abertura vaginal. Sin embargo, Rosmary no sabía lo que eso significaba, nadie le explicó y eso lo descubrió tiempo después del nacimiento. 

«Yo siento que esa mujer era racista. Me miraba muy feo, yo me sentía humillada. Siempre que me veía evitaba atenderme»

Justo cuando iba a continuar con su proceso, llegó un directivo del hospital a ver unas remodelaciones que estaban haciendo a la sala de partos. En ese momento a Rosmary la iban a llevar a esa sala, pero la enfermera que la solía evitar la mantuvo en la habitación hasta que acabara la inspección. 

— Cuando ella me hizo eso el doctor la regañó, le dijo que eso no se podía hacer, que nos estaba poniendo en riesgo a mí y a mi hijo —cuenta—. Entre dos médicos me agarraron por las manos y los pies y me montaron al burro (una camilla especial para los partos). Luego, me dijeron que tenía la vejiga con mucha orina y eso podía poner en riesgo a mi bebé. 

En ese momento acomodan un poco a su hijo para poder meterle una sonda y sacar la orina. Pero cuando fueron a sacarla, lo hicieron de una forma brusca y el niño nació con un orificio en la quijada. Adicionalmente, le tuvieron que hacer la episiotomía, incisión en la pared vaginal y el perineo para agrandar la abertura vaginal y facilitar el parto, porque la cabeza era muy grande y podía sufrir un desgarro, pero en ese proceso le hicieron un corte en la cabeza al recién nacido. Sin embargo, ella se dio cuenta de ese corte hasta que salió del hospital. Nadie le comentó lo que había sucedido. 

Cuando Rosmary acabó su trabajo de parto, sobre las cinco de la tarde, estaba inquieta porque pasaba el tiempo y no le entregaban a su hijo. Le daba pavor pensar en que se lo fueran a cambiar por otro. Ella preguntó a una persona de limpieza si sabía algo de su bebé. Ella le dijo que solo sabía que estaba en incubadora. Nadie le explicó la razón. Sobre las seis de la tarde se lo entregaron, pero no le dijeron nada. Su mamá la acompañaba y ambas vieron que el bebé tenía un poco de sangre, pero estaba muy oscuro y pensaron que no lo habían limpiado bien luego del parto. Solo le cambiaron el gorrito, pero como era tan tarde, porque sobre las diez de la noche la subieron a piso, no vieron nada. 

A la mañana siguiente bañaron al niño, lo vio el pediatra y de inmediato Rosmary tuvo su boleto de salida. Y solo hasta que llegó a casa fue que se dio cuenta del corte que tenía su hijo en la cabeza, un corte de aproximadamente cuatro centímetros de largo y del que todavía tiene cicatriz. 

— A mí me aconsejaron que denunciara al hospital, pero yo pensaba “cómo voy a denunciar al hospital sí yo no sé ni cómo se llama la enfermera, ni cómo se llama el médico, ni quién es el director del hospital”. Entonces, ¿a quién le voy a poner la denuncia ¿A la camilla? Era la única que recuerdo que estaba ahí cuando di a luz. 

Sobre este hecho, el doctor Mario Díaz, coordinador del servicio de ginecología del Hospital Universitario Erasmo Meoz, afirma que antes de mayo de 2020 “el hospital tuvo varios años en que las coordinaciones médicas eran más coordinaciones administrativas que médicas. Eso para mí era un error y siempre lo sostuve. Pero eso es algo que he intentado cambiar desde que llegué a mi cargo en mayo de 2020”, afirma. 

Según cuenta Díaz, el servicio  ahora se centra más en la humanización y el respeto por la paciente. Para eso, en el día el hospital cuenta con tres ginecólogos en sala de partos, dos médicos generales de consulta, uno en trabajo de parto y en este momento hay un médico general que se centra en pacientes con Coronavirus. Sumado a esto todo el personal de enfermería que está alrededor de siete personas. 

«El hospital tuvo varios años en que las coordinaciones médicas eran más coordinaciones administrativas que médicas. Eso para mí era un error y siempre lo sostuve»

El servicio de ginecología del hospital recibe al año 4.500 niños de mujeres venezolanas, que representa el 80 % de los partos de este centro hospitalario. Por eso, Díaz hace énfasis en la importancia de las capacitaciones. “Mal contadas tenemos cinco capacitaciones mensuales. Algunos de los temas que trabajamos son cómo atender de manera más humana el parto, cómo manejar el duelo con la paciente, actualizaciones de resultados, hablamos sobre los casos que se nos hayan complicado y cómo mejorar nuestro servicio”, cuenta. 

Control prenatal: una materia pendiente, pero que avanza

Dentro de los principales problemas de salud en mujeres gestantes, que participaron en una investigación de la Revista de la Universidad Industrial de Santander, se encuentran la inseguridad alimentaria, la anemia, los síntomas depresivos, la violencia de pareja y la ausencia de controles prenatales

Según el mismo informe publicado por Profamilia y USAID, “para las personas migrantes gestantes acceder a controles prenatales se vuelve más importante debido a las condiciones de vulnerabilidad y a las numerosas barreras en el acceso a servicios de salud materna y del recién nacido que están determinadas por la movilidad humana, el estatus migratorio, insuficiente cobertura en salud, la falta de información de calidad sobre dónde y cómo completar sus controles prenatales, la xenofobia desde los servicios de salud y los limitados servicios de atención en salud dentro de la respuesta humanitaria”. 

Los datos por departamento del mismo documento, reflejan que Atlántico, Bolívar y Norte de Santander reportan la mayor cantidad de migrantes y refugiadas atendidas por controles prenatales. Adicionalmente, entre 2018 y 2019 hubo un aumento del 80 % en atención prenatal a la mujer migrante

A pesar de estos avances, todavía hay mujeres que no acceden a controles prenatales porque no saben que pueden hacerlo, no saben a qué lugares pueden acudir. Ese es el caso de Dayana Ortega* y María Urriola*, mujeres venezolanas de 26 y 27 años, que por la falta de estos controles tuvieron un aborto; la primera en diciembre de 2019 y la segunda en marzo de 2021. 

Dayana estaba saliendo de una relación violenta cuando se enteró que estaba embarazada. Su pareja, que tuvo que salir de Colombia por temas legales, la insultaba, la golpeaba y la maltrataba. Cuando supo que estaba embarazada, tenía dos meses de embarazo y ese mismo día perdió a su hijo. En el momento en que le hicieron la dilatación y legrado, procedimiento en el que se dilata el cuello uterino y se extrae tejido del interior del útero con un delgado instrumento llamado cureta, la lastimaron mucho. Incluso, tuvo que acudir días después de salir del hospital porque sentía mucho dolor y el doctor que la atendió le dijo que, en efecto, la habían lastimado más de lo normal. La atendieron en el Erasmo Meoz. 

María por su parte estaba esperando su segundo hijo. También tenía dos meses de embarazo cuando lo perdió. Acudió al mismo hospital que Dayana. Allí le dijeron que su aborto podría deberse a alguna “rabieta”, como ella lo cuenta, y a la falta de un control prenatal. El lugar en donde le hicieron el legrado fue el mismo. Estuvo durante varias horas esperando a que se lo hicieran. 

— Me siento muy triste con todo esto que me ha pasado —cuenta María con voz baja y cortada—, siento soledad y mucha tristeza. No sabía que podía acceder a controles, las cosas hubieran podido ser diferentes. Con mi esposo hemos llorado mucho por esta pérdida. 

“Ustedes las venezolanas son unas sinvergüenzas, vienen a Colombia a parir”, “usted está muy niña para salir embarazada. Ojalá aprenda de esto”, “niña, deberías agarrar tus cosas e irte para tu país para que te atiendan allá porque aquí hacemos mucho para los venezolanos que vienen”, “esto que le pasó es su culpa por quedar embarazada y más sabiendo la situación. Ahí sí quién las manda. Ustedes por ser venezolanas deben cuidarse mucho más”. Esas son algunas de las frases que recuerdan Dayana y María. La mayoría de ellas fueron dichas por enfermeras que mientras les hablaban, las lastimaban en el procedimiento. Lo que aumentaba el dolor emocional y físico.

— Recuerdo que yo lloraba, lloraba mucho —cuenta Dayana—, en mi cabeza repetía una y otra vez “los odio, los odio mucho”. Yo sentía un odio muy grande, me sentía humillada, me sentía horrible. Es algo que no le deseo a nadie, sentía como si estuviera viviendo en una película de terror. 

Información: una ruta hacia la prevención 

Una de las rutas de acción de la corporación feminista cucuteña Mujer, Denuncia y Muévete para estos casos de violencia obstétrica en población migrante está en el acompañamiento y en el empoderamiento desde la información. “La mayoría de casos que hemos evidenciado las mujeres inicialmente no reconocen que esto no sea un tipo de violencia, estas situaciones están muy normalizadas. Hemos tenido casos en que damos talleres y hacemos prevención porque eso es lo que hace la Corporación, prevención de todas las formas de violencia”, explica Alejandra Vera, directora de la corporación. 

En los casos en que las mujeres están siendo violentadas, ellas por medio de llamadas y apoyo con la Defensoría del Pueblo y la Secretaría de Equidad y Género empiezan a hacer el acompañamiento. “Nosotras nos acercamos a la red pública, hacemos plantones, llamamos a medios de comunicación, visibilizamos toda la problemática. Queremos que se reconozca que estas violencias realmente afectan la salud mental y física de las mujeres, que no se pueden seguir revictimizando. No puede ser que haya funcionarios y funcionarias que atiendan sin tener en cuenta los enfoques de los Derechos Humanos, el hecho de que las mujeres estamos en condiciones vulnerables y, en el caso de las migrantes, que son mujeres realmente estigmatizadas”, afirma Vera. 

La salud materna comprende todos los aspectos de la salud de la mujer desde el embarazo al parto hasta el posparto. Por eso, es clave una apuesta por la atención oportuna y de calidad durante este período, pues como afirma el estudio entre Profamilia y USAID, esto puede ayudar a salvar vidas porque permite que se detecten y traten a tiempo los problemas de salud de la gestante y el feto. 

Las mujeres venezolanas tienen derecho a poder parir, a poder parir de forma digna, poder parir sin violencia, poder parir sin ser revictimizadas. En definitiva, las mujeres migrantes tienen derecho a poder parir sin ser ignoradas y maltratadas.

*Los nombres fueron modificados por petición de las mujeres.

Sobre Poder Parir
Especial multimedia que, por medio de nueve historias, refleja cómo se da la violencia obstétrica en Colombia, así como las alternativas que han surgido como forma de contrarrestar este tipo de violencia. Si te interesa contar tu historia y/o aportar a este proyecto escribe a ljuliana.mateus@gmail.com.